Una señal en la palma de la mano
un puzzle, un mapamundi,
la moneda y su costado,
extraño lugar donde se funden sus caras.
Sobre el mantel el pan blanco
cortado en trozos asimétricos
por la mano que apuñala reyes.
Como último sentido de estrategia
el asesino confiesa sus instintos,
arrastrado por el hilo de una marioneta
hunde el metal buscando las promesas.
El mar queda atrapado
en cada esquina de la mesa
desliza su esplendor manoseado
hiriendo de muerte a inocentes y verdugos.
Más allá de la puerta comienza la pureza.
Antínoo flotando entre sargazos
no es mar esta corriente que lo lleva
lo ciñe a sus huesos
como un ejército de novias desnudas,
la oscuridad perfecta de un rio
en el grito de todos los mundos.
El pan sobre la mesa,
cortado en asimétricos pedazos
por la mano que acomoda los cubiertos,
la misma donde dos bocas
mastican el miedo.
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